¡Que viva la música! – Andrés Caicedo
Seix Barral Biblioteca Breve – 198 Páginas.
Fotgrafía: FetiCHEZ
De entrada debo confesarles, que la lectura de este libro me supo a mango biche y cholado. También aspiré bocanadas de punto rojo y perico. Me golpeó la cabeza ¡con toda! Recordé la Cali que visité en dos ocasiones y cómo, aquella pantera de ciudad, me tragó de un bocado.
Leer ¡Que viva la música! es irse de rumba a aquella Cali de finales de los años 60’s y comienzo de los 70’s, en donde página tras página el Jockey (así le llamaban al Dj por esos años) nos pone a bailar hasta el más recóndito pensamiento, con tandas musicales descabelladas, transgresoras, macabras, eróticas y sabrosas. Adentrarnos a la historia y azotar baldosa con los personajes y sus memorias, es nunca dejar el tumbao o el desenfrenado ritmo de cada género musical vibrante que se escuchaba en las salas, verjas y patios de los barrios caleños.
«Tú, haz aún más intensos los años de niñez recargándolos con la experiencia del adulto. Liga la corrupción a tu frescura de niño. Atraviesa verticalmente todas las posibilidades de la precocidad. Ya pagarás el precio.» – ¡Que viva la música!, página 198. Aquí nos habla la protagonista, María del Carmen Huerta, entregándonos finalmente su cruel verdad, su perversa historia. Quizás ya todos venimos agonizando en los abismos de la letal depresión, de la secreta frustración, de la colérica decadencia. Acercarnos a estas páginas escritas por aquel Andrés Caicedo nos deja probar el pan amargo de la soledad del escritor.
Estudiar teatro hace más de una década sin duda dejó abierta una devota curiosidad por las letras del escritor caleño, quien también brindó aportes brutales a las artes escénicas y el cine de la época. Finalmente me di el privilegio de leer este libro y hoy los invito a dejar a un lado cualquier posible escrúpulo para que se adentren en una lectura salvaje y ardiente como el Pacífico colombiano.
Una canción muy popular de mi generación decía que «Las caleñas son como las flores» bueno, María del Carmen nuestra protagonista es una Pinguicula vulgaris, planta carnívora que devora todo a su paso: hombres, drogas, calles, noches y, sin duda, canciones soberbias que lograron un desequilibrio en mi forma de leer. Esta ha sido la primera vez que debo hacer un alto en la lectura para ir a buscar la canción expuesta en el relato, en mi celular o la computadora, y escucharla mientras recreo la escena en mi cabeza. Bailé con el libro abrazado como si fuera mi pareja, sublime. Les recomiendo hacerlo, es muy chevere.
Al leer esta novela de culto de la literatura colombiana comprendí con mayor precisión esa expresión ofensiva que escuchaba en mi adolescencia que decía «Colombia y toda Latinoamérica es el patio trasero de USA». Caicedo en un lenguaje vertiginoso y a través de la música ejemplifica a la perfección esto. En la obra los personajes oriundos de aquellas latitudes norteñas no hacen otra cosa que exportar el rock americano y todas sus múltiples adicciones a una Cali llena de jóvenes deslumbrados por los nuevos fenómenos de globalización imperialista yanqui que comienzan a gestarse. La obra retrata a muchachitas y pelados que sin hablar ni entender el idioma anglosajón se conectan adictivamente a un movimiento de contra reforma que emigra por cantidades hacia toda la América Latina como bandadas de yanquis hippies y drogadictos.
Sin embargo, Cali fue un nicho de resistencia pues la salsa, el nuevo ritmo que paradójicamente nacía y se exportaba desde Nueva York permitió en los jóvenes de la Sultana del Valle el nacimiento de una nueva identidad y forma de expresarse a través del emergente ritmo latino. Movimientos rapidísimos, corazones alterados, piruetas en el aire, versos que denuncian una determinada y quizás, difícil realidad. Algunas de estas canciones que cuentan las historias de la sociedad caleña, se asentaron hasta nuestros días. «Me inflé de vida, se me inflaron los ojos de recordar cuánto había comprendido las letras en español, la cultura de mi tierra, donde adentro nace un sol, grité descomunalmente: «¡¡Abajo la penetración cultural Yanqui!!», y salí de allí corriendo, obligando a mis amigos a que, sin un segundo de pérdida, me siguieran.» – ¡Que viva la música! – Página 110.
Ahora que escribo esta reseña por primera vez no escucho música habitual, estoy escuchando salsa. Esa salsa brava neoyorquina que llegó al Valle y edificó un nuevo hogar. Así que, parafraseando a Robertico mientras olía coca, les confieso que en verdad me impactó y me gusto tanto lo que el personaje se decía a sí mismo que me lo aprendí. Ahora lo uso para entretener a mis invitados, se los comparto «Pericasillo, pericasillo, quémanos con noblecilla la cabecilla que te pongo de papayilla, sin miedecillo, sin miedecillo.» ¡Que viva la música! – Página 93.
🤗🤗🤗 ❤️
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Andrés Caicedo es un porro en la mente de un salsero ¡¡¡¡
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